Los arquetipos del terror

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La pluralidad de monstruos de la que disfrutamos a través de la cultura colectiva humana es fascinantemente extensa. Examinar todas estas criaturas con algún atisbo de detenimiento es una faena que podría tomar varias vidas de labor incesante. Es por esto que cuando hablamos de monstruos, generalmente nos limitamos a discutir ejemplos individuales. Pocas veces se hace un esfuerzo por clasificar monstruos en una taxidermia útil que no sea su procedencia cultural. Ciertamente se han discutido clasificaciones por grupos como géneros literarios o fílmicos, pero deseo proponer aquí una nueva forma de clasificar a los monstruos que me parece un tanto más interesante y productiva. 

Para entender el raciocinio detrás de esta nueva taxidermia tenemos que declarar la siguiente premisa fundamental:

Los monstruos no generan el miedo, sino que lo evocan. El miedo es una característica preexistente de nuestra psique y los monstruos son un mecanismo para desatarlo.

Aunque una defensa formal de esta premisa puede estar en el futuro de este blog, me parece que la mayoría de ustedes la aceptarán a posteriori una vez lleguemos a los ejemplos. Aceptémosla con fe ciega por el momento y sigamos una secuencia lógica que nos lleva a una nueva metodología para la clasificación de monstruos: 

  1. Existen varios miedos distintos en la psique humana.
  2. La apariencia y el comportamiento de un monstruo están dirigidos a evocar un miedo particular. 
  3. Podemos examinar las características del monstruo para deducir qué miedo específico intentan evocar.
  4. Podemos clasificar los monstruos en categorías, o arquetipos, basándonos en los miedos que representan. 

Y ese mismo es el cometido de TeratoGnosis, la clasificación y descripción de los monstruos y su miedo correspondiente como arquetipos del terror.

La explotación del terror

‘El miedo mata la mente.’

Proverbio Bene-Gesserit, de Dune, por Frank Herbert

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En nuestras profundidades, dentro del tuétano donde residen las verdades secretas, todos sabemos que los monstruos son reales.

Al principio son esas criaturas que nos acosan de niños: el cuco, el monstruo debajo de la cama, la vecina que es bruja o el payaso malo. Pocos monstruos alcanzan a evocar un terror tan puro como los que residen en el corazoncito de un niño asustado. Pero al crecer dejamos estos tormentos atrás junto con nuestros juguetes y declaramos al mundo que somos adultos y no les tenemos miedo a las «cosas inventadas».

Sin embargo, al suscribirnos al consenso de la realidad que nuestra sociedad propone, nuevos monstruos comienzan a crecer en los recovecos de nuestra psique: el invasor nocturno que viene a robar, el candidato que va a arruinar al país, el sigiloso tumor, los inmigrantes, las deudas. Muchos de estos comienzan como preocupaciones legítimas, pero al ser recalcados incesantemente por los medios poco a poco acaparan nuestra capacidad de preocuparnos para comenzar a rayar en la ansiedad y luego, el miedo. Cuando dan fruto estos nuevos monstruos “reales” en las mentes más, – um-, “fértiles”, se convierten en implacables voceros del apocalipsis frente a los cuales no hay resguardo ni recurso.

Por más manufacturados o reales que puedan ser los monstruos que nos acechan, cuando nos topamos con ellos en la oscuridad volvemos a ser niños aterrorizados. En este patético estado abrazamos nuestro peluche, apretamos el crucifijo, decimos la oración, cerramos los ojos, porque hacer nada es intolerable. La razón que cultivamos a través de los años nos abandona y una vez más no nos atrevemos a prender la luz, a examinar de cerca. El terror aniquila la característica que ha sido responsable del desarrollo humano: la curiosidad. 

Este colapso del pensamiento crítico y la desesperación que lo acompaña es la razón por la que los demagogos que buscan controlarnos siempre comienzan cultivando nuestros miedos. Describen con lujo de detalle cómo vamos a perder nuestros bienes, nuestros seres queridos, nuestras libertades, ¡e incluso la vida misma! Para inmediatamente detallar el talismán que va a prevenir toda esta calamidad: un voto, una crema, una donación, nuestro servicio, nuestra complicidad. En realidad, estos talismanes siempre son un precio, algo que debemos intercambiar por el sosiego y resguardo de un tormento cultivado por el mismo mercader que los ofrece. Dame una parte de ti, dicen los que controlan a las masas, y te mantendré a salvo del cuco. 

No es necesario mirar lejos para ver ejemplos de esta táctica de manipulación. Nos rodea todos los días. Es precisamente por la omnipresencia de esta retórica, dirigida a criar monstruos en nuestras mentes y despojarnos del pensamiento crítico, que nos incumbe el entender los miedos legítimos que engendran a los monstruos que habitan nuestros relatos desde el principio de la civilización. Lo que aprendamos en esta interesante gestión podría ayudarnos a reconocer al próximo charlatán que ande vendiendo balas de plata.