El kaiju más famoso del mundo combina las consecuencias y la inevitabilidad.

Godzilla, el gigantesco monstruo radiactivo que destruyó Tokio en la película de 1954 con su mismo nombre, combina dos potentes arquetipos del terror y, por ende, causa miedo a un amplio segmento del público que disfruta el privilegio de ver la destrucción que trae a la nación de Japón.
El arquetipo del Coloso destruye las construcciones, ciudades y maravillas humanas como una representación concreta de las fuerzas indiferentes de la naturaleza y el implacable tiempo, que todos sabemos en lo profundo de nuestro ser es el destino de cualquier imperio o civilización que nosotros podamos erguir.
La Creación, sin embargo, concretiza las consecuencias de la soberbia y el abuso de fuerzas del universo que los mortales debemos contemplar con reverencia y cautela para evitar la autoría accidental de nuestra propia destrucción.
Godzilla, al atacar Tokio, causando una incontable pérdida de vidas inocentes y siendo el producto de las bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki por las fuerzas armadas de Estados Unidos en 1945, condensa ambos arquetipos en una figura tan memorable como aterrorizante.
Estos arquetipos son una combinación particularmente potente, ya que se refuerzan uno al otro: el Coloso le da un aire de inevitabilidad universal a las consecuencias ilustradas por la Creación, y la Creación nos responsabiliza por el inescapable fin de toda la civilización humana.
Vale la pena señalar que la fuerza de defensa nacional japonesa, el equivalente de un ejército en Japón, nunca puede lastimar a Godzilla con armas convencionales y sólo pueden utilizar armas experimentales para derrotarle. Estas armas, sin embargo, se presentan como atrocidades casi tan malas como el monstruo mismo y son consideradas solemnemente con todo el peso de la responsabilidad que conllevan.
El diseño visual del monstruo solo recalca los horrores de la guerra, uno de los eventos humanos que aterroriza a cualquier persona con cordura. Su piel rugosa está basada en las cicatrices queloides de las víctimas de la radiación nuclear de las bombas atómicas.
Aunque Toho, la compañía que publica Godzilla, se desvió durante los sesenta y setenta, tratando de convertir a uno de los monstruos más memorables del cine en una mascota para el entretenimiento de niños, la mayoría de las más de treinta películas en las que protagoniza el kaiju, mantienen los aspectos de destrucción y responsabilidad humana intactos.
Considerando la potencia de la fórmula que lo compone, Godzilla ciertamente gana su título como rey de los monstruos.
