‘El miedo mata la mente.’
Proverbio Bene-Gesserit, de Dune, por Frank Herbert

En nuestras profundidades, dentro del tuétano donde residen las verdades secretas, todos sabemos que los monstruos son reales.
Al principio son esas criaturas que nos acosan de niños: el cuco, el monstruo debajo de la cama, la vecina que es bruja o el payaso malo. Pocos monstruos alcanzan a evocar un terror tan puro como los que residen en el corazoncito de un niño asustado. Pero al crecer dejamos estos tormentos atrás junto con nuestros juguetes y declaramos al mundo que somos adultos y no les tenemos miedo a las «cosas inventadas».
Sin embargo, al suscribirnos al consenso de la realidad que nuestra sociedad propone, nuevos monstruos comienzan a crecer en los recovecos de nuestra psique: el invasor nocturno que viene a robar, el candidato que va a arruinar al país, el sigiloso tumor, los inmigrantes, las deudas. Muchos de estos comienzan como preocupaciones legítimas, pero al ser recalcados incesantemente por los medios poco a poco acaparan nuestra capacidad de preocuparnos para comenzar a rayar en la ansiedad y luego, el miedo. Cuando dan fruto estos nuevos monstruos “reales” en las mentes más, – um-, “fértiles”, se convierten en implacables voceros del apocalipsis frente a los cuales no hay resguardo ni recurso.
Por más manufacturados o reales que puedan ser los monstruos que nos acechan, cuando nos topamos con ellos en la oscuridad volvemos a ser niños aterrorizados. En este patético estado abrazamos nuestro peluche, apretamos el crucifijo, decimos la oración, cerramos los ojos, porque hacer nada es intolerable. La razón que cultivamos a través de los años nos abandona y una vez más no nos atrevemos a prender la luz, a examinar de cerca. El terror aniquila la característica que ha sido responsable del desarrollo humano: la curiosidad.
Este colapso del pensamiento crítico y la desesperación que lo acompaña es la razón por la que los demagogos que buscan controlarnos siempre comienzan cultivando nuestros miedos. Describen con lujo de detalle cómo vamos a perder nuestros bienes, nuestros seres queridos, nuestras libertades, ¡e incluso la vida misma! Para inmediatamente detallar el talismán que va a prevenir toda esta calamidad: un voto, una crema, una donación, nuestro servicio, nuestra complicidad. En realidad, estos talismanes siempre son un precio, algo que debemos intercambiar por el sosiego y resguardo de un tormento cultivado por el mismo mercader que los ofrece. Dame una parte de ti, dicen los que controlan a las masas, y te mantendré a salvo del cuco.
No es necesario mirar lejos para ver ejemplos de esta táctica de manipulación. Nos rodea todos los días. Es precisamente por la omnipresencia de esta retórica, dirigida a criar monstruos en nuestras mentes y despojarnos del pensamiento crítico, que nos incumbe el entender los miedos legítimos que engendran a los monstruos que habitan nuestros relatos desde el principio de la civilización. Lo que aprendamos en esta interesante gestión podría ayudarnos a reconocer al próximo charlatán que ande vendiendo balas de plata.
